jueves, 3 de septiembre de 2009

LA POLIS EN LA HELADE




La Grecia de la antigüedad clásica o Hélade abarcaba un territorio mucho mayor que el que hoy ocupa la nación europea del mismo nombre, pues en la zona continental se extendía por gran parte de lo que actualmente son los estados de Albania, Macedonia, la parte sur de Bulgaria y la zona europea de Turquía, además de la totalidad del estado griego actual.

Por su parte, la Grecia insular comprendía las islas del mar Jónico (Corfú, Cefalonia y Zante) y las numerosas islas del mar Egeo: Thasos, Samotracia, Lemnos, Mitilene, Quíos, Samos, Eubea, el Archipiélago de las Cícladas (Delos, Paros, Naxos, Milos, etc.) la gran isla de Creta y el Archipiélago de las Esporadas, con Rodas como isla mayor.

También formaban parte de la Hélade las costas de Asia Menor o Península de Anatolia bañadas por el mar Egeo.


La Grecia continental era y sigue siendo un país muy montañoso, soleado y, al igual que la insular, de clima dulce, templado-seco, de tipo mediterráneo, suelo pobre (vid, olivo y cultivos de secano) y con una gran extensión de costas.

Dos de estos rasgos geográficos influyeron de manera decisiva en la historia de la Grecia clásica:

El primero fue la gran extensión de sus costas, extraordinariamente recortadas y articuladas, con ensenadas, golfos, radas, abrigos naturales, y bordeadas por infinidad de islas. En suma, unas costas excepcionalmente aptas para albergar puertos y facilitar la navegación, lo cual, unido a los escasos recursos del país, llevó a los griegos a una vida marinera, colonizadora y mercantil.

El segundo fue la complicada orografía. Sus elevadas montañas se entrecruzan, dividiendo el territorio en pequeños valles o diminutas regiones naturales, aisladas unas de otras. Esta fragmentación geográfica favoreció el fraccionamiento político, pues en cada valle, igual que en cada isla, se formaron pequeños Estados independientes. Es decir, la falta de unidad geográfica impidió la unidad política.

Tan pequeños eran estos Estados independientes, que la mayoría de ellos apenas abarcaban el espacio que ocupaba la ciudad y los campos vecinos. Y así nació el concepto de polis (πολις) o Ciudad-estado.

Cada polis era un estado en miniatura, con su propio gobierno, su economía, su ejército, su flota y sus leyes. Como se ha dicho, por lo general su territorio comprendía sólo la ciudad-capital y algunas aldeas esparcidas por el campo próximo, aunque algunas, con el tiempo llegaron a ejercer su hegemonía sobre comarcas más extensas.

Todas las poleis (poleis -πολεις- es el plural de polis) tenían tres lugares comunes:
La acrópolis, ciudadela fortificada construida aprovechando una elevación del terreno; la muralla que defendía la ciudad en tiempos de guerra, y el ágora o plaza pública, creación típicamente helénica que era el centro neurálgico donde se concentraban la actividad comercial y pública.

Las poleis griegas mejor conocidas y más importantes fueron Atenas, Esparta y Tebas. Algunas más, entre otras, serían Corinto, Argos, Megara, Calcis, Eretria, Mitilene, Focea, Efeso, Samos, Mileto, Halicarnaso…

Con frecuencia las poleis griegas eran rivales y guerreaban entre sí. Pero también sabían aliarse y formar confederaciones para resolver asuntos de interés común o defensa militar.

Hay que tener en cuenta que a pesar de su falta de unidad política, los griegos se consideraban todos ellos habitantes de la Hélade, se llamaban a sí mismos helenos (el nombre de griegos les fue dado por los romanos, siglos más tarde) se reconocían un origen y un pasado común, dado por sus tradiciones, una cultura y una lengua común, a pesar de pequeñas diferencias dialécticas, y, sobre todo, tenían la misma religión, la misma mitología y los mismos dioses. La cultura y las creencias religiosas, al ser idénticas para todos, les daban el sentimiento de unidad que no les había dado la política.

Pese a las diferencias sociales existentes, los griegos tuvieron una concepción original del ser humano. Considerado por todas las civilizaciones anteriores un simple instrumento de la voluntad de los dioses o de los reyes, el ser humano adquiere en la filosofía griega el valor de individuo. El concepto de ciudadano, como individuo integrante de una polis, sin que influya la pertenencia o no a la nobleza, constituye uno de los aportes claves de la cultura griega.

Diversos santuarios, como el templo de Apolo en Delfos, congregaban a todos los helenos en determinadas fechas. Los Juegos Olímpicos y otros eventos religioso-deportivos fueron también poderosos vínculos que reforzaron el sentimiento de nacionalidad.

Los Juegos Olímpicos, practicados desde el año 776 a. C. se celebraban en honor del dios Zeus cada cuatro años en la ciudad de Olimpia, en el Peloponeso, en un estadio que tenía una capacidad para 40.000 personas. Era tal su trascendencia que durante su celebración se suspendían los conflictos bélicos.

Durante los siglos VII y VI a. C. las poleis griegas desarrollaron sus instituciones y evolucionaron políticamente. Primero se rigieron por monarquías; después la nobleza de sangre y del dinero derribó a los reyes e instauró repúblicas gobernadas por oligarquías nobiliarias; finalmente se instauró la tiranía o gobierno de un solo hombre que, apoyándose en las clases humildes, conseguía el poder y lo ejercía sin limitación.

Tan sólo una polis griega, Esparta, conservó siempre el régimen monárquico. Mientras que otras, especialmente Atenas, evolucionaron, a principios del siglo V a. C. hacia un sistema de gobierno que, por intervenir el pueblo mediante votación en los asuntos políticos, se llamó democracia (δημοκρατία).

La democracia helénica se basaba en tres rasgos fundamentales:
Eleuthería (ἐλευθερία): libertad.
Isegoría (ἰσηγορία): libertad de expresión. Literalmente, "igualdad de palabra".
Isonomía (ἰσονομία): igualdad ante la ley.


Y en este momento de la Historia, en la primera mitad del siglo V a. C. el enorme Imperio Persa se fijó en la pequeña Hélade y quiso ir a conquistar sus aparentemente débiles y desunidas poleis…

martes, 1 de septiembre de 2009

ACERCA DE LOS AQUEOS



ILIADA

Canta, oh musa, la cólera del Pélida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves, cumplíase la voluntad de Zeus desde que se separaron disputando el Átrida, rey de hombres, y el divino Aquiles.
(Los siete primeros versos de la Ilíada de Homero y su traducción)

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La afición por los aqueos me viene desde muy antiguo. Para ser exactos, desde mi época de adolescente, cuando el Bachillerato me obligó a enfrentarme con el estudio de la lengua griega.

Los ejercicios de traducción de la Ilíada y la Odisea, en fragmentos sencillos primero, que se fueron engrosando y dificultando a medida que los cursos se iban sucediendo, hasta llegar a las obras completas al final, me introdujeron en esta fascinante mezcla de historia y leyenda que fue la civilización aquea.

Es por ello que a este blog que hoy empiezo le doy el nombre de La Polis del Aqueo, como si en un alarde de loca fantasía, yo me imaginara que soy uno de ellos que, procedente de la cálida Micenas, a través de épocas y milenios, llegara a nuestro tiempo en este vehículo ingrávido, intemporal y virtual llamado Internet.

Y lo justo es comenzar haciendo un brevísimo resumen de la historia de los aqueos:

Los Aqueos (Οι Αχαιοί, en la grafía griega) fueron un pueblo indoeuropeo, instalado originariamente entre la cuenca del río Danubio y la cordillera de los Balcanes. Se desplazaron a Grecia empujados por la presión demográfica ejercida por otros pueblos procedentes de las estepas rusas y de las llanuras asiáticas. Muy probablemente desde el año 2300 a. C. la entrada de los aqueos en la península griega fue aumentando de forma progresiva, hasta el año 1600 a. C. cuando alcanzaron su periodo de esplendor.

Tardaron alrededor de mil años en moverse desde su lugar de origen hasta completar su extensión por toda la zona geográfica que comúnmente entendemos como área helénica, incluyendo las islas del Egeo, aunque preferentemente ocuparon y se establecieron en la zona del Peloponeso en la Grecia continental y de allí extendieron su dominio al área insular, venciendo, dominando y asimilando los pueblos autóctonos. Es por ello que con toda propiedad se les puede considerar como los primeros "griegos" de la historia.

Esta civilización de la Edad de Bronce también fue conocida como cultura micénica por tener en Micenas, la capital aquea, su centro de actividades políticas y culturales más importante. Las ciudades aqueas más notables fueron, además de Micenas, Tirinto en la Argólide, Pilos en Mesenia, Atenas en el Ática, Tebas y Orcómeno en Beocia, Yolcos en la Tesalia. Su influencia llegó hasta la isla de Creta que ocuparon hacia el 1400 a. C. También conquistaron emplazamientos importantes en la región del Épiro y en Macedonia, además de las ya mencionadas islas del Egeo.

Más tarde entraron en Grecia los jonios que se establecieron en la zona del Ática y por último, los eolios que se asentaron en Tesalia. La convivencia de los aqueos con estos nuevos vecinos no siempre fue pacífica, aunque el sentimiento de hermandad que les daba la raiz común de su lengua indoeuropea prevaleció.

Pero la causa principal que ha hecho de los aqueos un pueblo famoso, un pueblo que trascendió a la Historia y a la leyenda para pasar a la literatura épica, fue su ataque a Troya, una poderosa ciudad estado que rivalizaba con Micenas en poder y riqueza. Sólo existe evidencia de este ataque en La Ilíada de Homero y en algunos fragmentos mitológicos, ya que tanto la guerra como la existencia de Troya se consideran inciertas, por más que el arqueólogo alemán Heinrich Schliemann descubriera en 1876 restos en Asia Menor de lo que podría ser la antigua Troya.

Si esta guerra existió, se desencadenó hacia el 1200 a. C. y probablemente se produjo más por causas político-económicas de rivalidad comercial entre aqueos y troyanos, que por el rapto de Helena, esposa del aqueo Menelao, rey de Esparta, cometido por Paris, príncipe de Troya. La guerra duró diez años, pero la Ilíada se centra en la cólera de Aquiles y sólo nos cuenta los sucesos que ocurrieron durante 51 días del décimo año.

En cualquier caso, reales o legendarios, los héroes griegos que tomaron parte en la guerra de Troya, Aquiles, Ulises, Agamenón, Menelao, Patroclo, Ayax, Néstor, Diomedes… todos ellos eran aqueos.

La caída de la civilización aquea, hacia el año 1100 a. C. es atribuida comúnmente a la invasión de los dorios, que ya conocían el hierro, lo que les daba una innegable superioridad militar. Pero existen muchas otras hipótesis en torno a la desaparición de los aqueos, como las que señalan la posibilidad de haber sufrido cambios climáticos violentos o desastres naturales. Probablemente la decadencia de la civilización aquea fue debida a una combinación de diversos factores, entre los que cabe citar levantamientos internos, la sucesión de varios terremotos, graves inundaciones y los saqueos de los aún poco estudiados Pueblos del Mar que también atacaron a otras civilizaciones como la egipcia y la hitita. Así las cosas, la invasión de los dorios significó el golpe final para una civilización que llevaba casi un siglo en franca decadencia.

Ante la invasión de los dorios, muchos aqueos buscaron refugio al norte del Peloponeso, zona que más tarde se llamó Acaya. Otros resistieron duramente a los dorios, y tras ser sometidos, fueron reducidos a servidumbre y denominados ‘ilotas’. Los que lograron huir se refugiaron en el Peloponeso, se reunieron con sus parientes en Ática y en la isla de Eubea, pero después emigraron al igual que los eolios a las costas de Asia Menor.

En los siglos posteriores al 1200 a. C. la progresiva colonización de las costas de Asia Menor, primero por los refugiados procedentes de zonas ocupadas por los dorios y más tarde por los mismos dorios, convirtió la región en parte política y cultural de Grecia. Y así empezó el mundo helénico a extenderse. Después vendría la expansión hacia occidente, hacia el sur de Italia y Sicilia primero y hacia las costas del Mediterráneo occidental después. Y a la vez se extendían la cultura y la civilización griegas que iban a jugar un papel fundamental en el devenir de la Historia Universal.