Por más que el propósito del que aquí humildemente escribe sea el mantenerse en lo posible dentro del más estricto rigor histórico, cuando se trata del mundo helénico resulta casi imposible sustraerse a los encantos de su rica mitología.
Séame, por tanto, permitido que haga un alto en los asuntos documentalmente probados y fehacientemente demostrables, para que pueda sumergirme en el ensueño voluptuoso del mito y de la leyenda.
Hoy me gustaría tratar acerca de Perséfone. O lo que viene a ser lo mismo, acerca de cómo la mitología clásica explicaba el por qué de las estaciones del año.
Perséfone (Περσεφόνη) era una hermosísima ninfa, hija de Zeus (Ζεύς) dios supremo y señor de los cielos y la tierra, y de Deméter (Δημήτηρ) diosa de la agricultura, de los vegetales y de la fecundidad.
Vivía Perséfone feliz, junto a su madre, en un idílico jardín de exuberante vegetación, repleto de hermosas flores, donde jugaba con otras ninfas que siempre la acompañaban. La diosa Deméter amaba enorme y tiernamente a su hija y se complacía en verla tan hermosa y feliz. Demostraba esa complacencia haciendo que los campos dieran magníficas cosechas, que frondosos y amables bosques cubrieran los montes y que un clima suave y benigno envolviera la tierra.
Pero he aquí que un día Hades (Ἅιδης) dios de los difuntos cuyas almas llevaba al Averno después de la muerte, señor del inframundo del que no se podía salir cuando se había penetrado en él, vio a Perséfone y al instante se enamoró de ella.
Hades, que era hermano de Zeus y, por tanto, tío de Perséfone, le pidió al dios supremo la mano de su hija. Zeus dudaba, pues no quería defraudar a su hermano, pero también sabía que Deméter no se resignaría a no volver a ver nunca más a Perséfone cuando ésta entrara como esposa de Hades en el inframundo del que jamás puede salirse. Efectivamente, Deméter se opuso rotundamente a tal boda. Además la propia Perséfone alegó que prefería seguir viviendo junto a su madre, aunque ello significara renunciar a convertirse en diosa del inframundo. Zeus no tuvo más remedio que negarse a entregar Perséfone a Hades.
Como es fácil de suponer, Hades no se conformó con esta decisión. Un buen día montó en su carro tirado por cuatro negrísimos caballos, se presentó en el jardín donde Perséfone se solazaba con las demás ninfas y, ni corto ni perezoso, la raptó y se la llevó al inframundo. Otras versiones del mito dicen que Hades se convirtió en un hermoso lirio que engulló a Perséfone cuando ésta se agachó a acariciarlo… A mí personalmente, me gusta más la versión del carro y los caballos, pero vosotros podeis dejar volar vuestra imaginación como mejor os plazca. Sea como fuere, Perséfone acabó en poder de Hades. Las ninfas que con ella jugaban quedaron tan asustadas, que cuando Deméter les preguntó por su hija, no se atrevieron a contarle la verdad.
Deméter, angustiadísima, empezó a buscar a Perséfone. Nueve días y nueve noches anduvo removiendo los cielos y la tierra en inútil búsqueda. Por fin, al amanecer del décimo día, el Sol, que había sido testigo del rapto pues, obviamente, ve todo lo que ocurre en la tierra durante el día, se compadeció de la desesperación de la pobre madre y le contó lo ocurrido.
Lo primero que hizo Deméter al conocer la verdad fue castigar a las temerosas y desleales ninfas, convirtiéndolas en sirenas. Lo segundo, fue recurrir a Zeus para que exigiera a Hades la devolución de Perséfone.
Pero Zeus le respondió que, aún siendo el primero y superior entre los dioses, no podía hacer nada. Hades era el señor y dueño absoluto del inframundo y los infiernos, tanto como Zeus lo era de los cielos y la tierra, al igual que Poseidón (Ποσειδών) el tercero de los hermanos olímpicos, lo era de los mares y sus profundidades. Ningún dios podía entrometerse en el terreno de los demás, ni inmiscuirse en sus asuntos. Y, por supuesto, nadie podía abandonar el inframundo. Hades era el único que tenía el poder de permitir a alguien que regresara del mundo de los muertos y nunca jamás había hecho tal concesión a nadie.
Ante esto, sabiendo perdida a Perséfone para siempre, Deméter cayó en un tristísimo estado de pena, de melancolía, de añoranza y desesperación. Dejó de interesarse por la agricultura y el mundo vegetal. Y en consecuencia, las cosechas se perdieron, las flores se marchitaron, los prados se secaron, los bosques desaparecieron y un clima lúgubre y frío invadió el mundo.
Zeus, viendo que la vegetación de la tierra se secaba y que el mundo se moría, decidió entrevistarse con Hades para rogarle que permitiera el regreso de Perséfone. Hades no tenía intención alguna de permitir tal cosa. Además Perséfone, que a estas alturas ya no era nada indiferente a los encantos de Hades, había comido tres o cuatro granos de granada, la fruta sagrada del Averno, lo que aún la ligaba más al inframundo. No obstante, compadecida del dolor de su madre, propuso una solución de compromiso, rogándole a Hades que le permitiera regresar a la tierra cada año para estar unos meses junto a Deméter, pasados los cuales regresaría junto a Hades para estar con él tantos meses como granos de granada había comido. Hades, enamoradísimo y no queriendo defraudar a su amada, accedió.
Desde entonces, Perséfone vive unos meses al año junto a su madre y durante éstos, Deméter se siente tan feliz que fecundando la tierra, la adorna con millones de flores, hace crecer las cosechas, reverdecer los prados, poblar de hojas los árboles y la envuelve con un clima suave y luminoso. Luego, cuando Perséfone, cumpliendo su compromiso y su obligación de diosa del inframundo, debe regresar junto a su amado Hades, Deméter entristece y el mundo languidece, las flores se marchitan, los árboles pierden las hojas y los días se vuelven cortos, fríos y tristes… Pero no importa, a los pocos meses Perséfone volverá y Deméter demostrará su contento con una nueva primavera y un nuevo verano.
Este es el mito de Perséfone. En los próximos artículos de este blog retomaremos el hilo de la Historia, tratada con la máxima veracidad posible… no obstante no puedo asegurar que cualquiera de los hermosísimos mitos griegos no vuelva a seducirme… aunque sólo sea de vez en cuando.